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Oscar Rea Campos

¿PARA QUÉ VIVIMOS?

Actualizado: 28 mar 2023

¿PARA EL DESARROLLO O PARA SER FELICES?



No es posible ser feliz en un mundo infeliz.

El actual modelo de vida se caracteriza, en mi criterio, por tres aspectos básicos: desarrollo, aporofobia, liviandad en el pensar.

Vivimos en sociedades en las que en todos los niveles se habla, se espera, se propone y se reclama Desarrollo. Se trata del desarrollo, no de las personas, sino de las cosas, que explota la naturaleza y privilegia la acumulación privada, que privilegia al individuo y promueve la competencia.

Es el desarrollo que, en el lenguaje político de los gobiernos y de las empresas, equivale al producto interno bruto (PIB); y en el mundo de los negocios, significa ganar dinero, con la menor inversión, con la máxima rentabilidad, con la competencia más fuerte y en el menor tiempo posible.

En este mundo que persigue frenéticamente desarrollo hay 1,4 billones de seres humanos hambrientos y la mayoría de las naciones se encuentra en la pobreza. Desarrollo se consigue arrancando de la naturaleza todo lo que es objeto de lucro para las minorías. El índice Planeta vivo 2022 señala que “la ciencia ha establecido que el punto de no retorno está en el umbral de entre 20 y 25 % de deforestación y degradación forestal combinadas. Los datos muestran que el 26 % de la Amazonía se encuentra en estado de perturbación avanzada (…) Esto no es un escenario futuro, es lo que estamos viviendo actualmente en la región”.

Este desarrollo provoca la extinción de seres vivos, paga bajos salarios y genera pobreza. Como analizó Marx, desarrollo siempre ha significado mayor acumulación de riquezas en manos privadas. Nunca se ha emprendido en función de las necesidades reales de la mayoría de la población.

Cuando se habla de pobreza la mayoría rápidamente la sitúa en el ámbito de la economía, la ubica en países del sur y en los barrios periféricos. Pero poco reflexionamos sobre el hecho de que para la mayoría de la población mundial no es ningún problema que lleguen inversores a su país, es decir, extranjeros cargados de dinero, se los acoge y se les brindan privilegios. Se rechaza a los extranjeros o migrantes pobres, a los pobres. Rechazamos a los pobres de nuestras familias y a los familiares pobres. Por ello, lo que debe preocuparnos no sólo es la pobreza, sino el odio a los pobres, es decir, la aporofobia que se ha instalado en nuestras sociedades.

Vivimos en una época light. Nuestro tiempo es tiempo de hacer mucho y pensar y sentir poco. La reflexión está exiliada por los gobiernos, las empresas, las organizaciones, las instituciones, las familias y por los espacios educativos. Lo que importa es pasarla bien, aunque la mayoría de los adultos se la pase trabajando. La mayoría se conforma con pequeñas verdades, minúsculos bienes, fragmentos de justicia y retazos de felicidad para al menos pasarla bien, para pasar lo mejor posible.

¿Quién ambiciona a descubrir la verdad, a alcanzar el bien y a practicar la justicia? ¿Quién pretende vivir su vida en dirección de la felicidad? Las preguntas por la rectitud y la justicia, por la legitimidad del poder y por el derecho a la felicidad continúan exigiendo respuesta a una cultura que no las toma en cuenta. Y si no se les toma en cuenta ¿Es posible ser feliz?

¿Qué es lo que más buscamos en la vida?

Aristóteles, en el siglo IV A.C., fue el primero en responder: la felicidad, aunque el ser humano practique el mal. Respuesta compartida por la mayoría de los seres humanos.

Aunque la búsqueda de la felicidad es algo innato en el ser humano, la cultura consumista nos induce a canalizar la felicidad hacia el absurdo. Se nos inculca la idea de que la felicidad resulta de la suma de placeres: si tomamos tal bebida, vestimos tal ropa, poseemos aquel auto, hacemos tal viaje, entonces seremos felices.

En nuestra sociedad de consumo es imposible saciar el deseo instalado por la publicidad, y aunque pudiésemos comprar todas las ofertas, no seríamos felices. Eso deja un gran vacío en el corazón. Vacío que facilita la mercantilización de la felicidad e imprime la idea de que la felicidad se encuentra en la posesión de bienes materiales y en situaciones que exaltan la individualidad: fama, belleza, poder, riqueza.

Hoy y siempre tenemos la posibilidad de ser felices. Pedro Demo, pensador brasileño, distingue dos tiempos de la felicidad: el tiempo vertical y el tiempo horizontal. El vertical es el momento intenso, y profundamente realizador: el primer encuentro amoroso, la concreción de un sueño, el nacimiento del primer hijo. La persona está feliz en el tiempo vertical, pero es una felicidad pasajera.

El tiempo horizontal de la felicidad es el que se extiende en el día a día: Manejar sabiamente los límites, saber negociar con las contradicciones, sacar lo mejor de cada situación: eso hace a la persona ser feliz.

Tomemos como ejemplo la vida en pareja. Todo empieza con el enamoramiento, la pasión y la idealización del amor eterno, lo que induce a querer vivir juntos. Es la experiencia de estar feliz. Con el paso del tiempo, ese amor intenso cede paso a la rutina y a la costumbre. Para que ello no suceda hay que aprender a dialogar, a tolerar, a renunciar y a cultivar la ternura sin la cual el amor se debilita hasta convertirse en indiferencia.

Para ser feliz a lo largo del tiempo se necesita invención y sabiduría práctica. Invención es la capacidad de romper la rutina: visitar a un amigo, ir al teatro, inventar juegos, leer libros. Sabiduría práctica es saber aceptar los límites, saber rimar dolor con amor.

Para ser felices es fundamental demostrarnos que somos humanos: debemos utilizar nuestra inteligencia y nuestra experiencia para valorar las encrucijadas en las que nos hallamos y tomar las decisiones de forma meditada, calibrando sus consecuencias. Hay que tomar decisiones atendiendo a la prudencia y a la justicia, hay que pensar las cosas y pensarlas muy bien.

Las decisiones que tomamos van forjando nuestra forma de ser que debe ser de ser excelentes personas. Una sociedad no se puede hacer con seres mediocres, porque sólo tendríamos una sociedad mediocre. Ser excelente no lo es para uno mismo, sino para la sociedad en la que vivimos. Ser excelente es la manera de servir a la sociedad, poniendo nuestra excelencia al servicio de los demás, particularmente de los más débiles, marginados y excluidos.

Los seres humanos no somos seres aislados, somos seres en relación. Una de las cosas que más nos perjudica es creernos que somos individuos aislados. Nacemos para cuidarnos, para convivir y ser felices. ¿Por qué no lo hacemos? Por mezquindad, por intereses particulares, por injusticia, por flojera, por comodidad, porque nos olvidamos de los demás, por presión social, por egoísmo…

En la actualidad tenemos los conocimientos, la tecnología y el presupuesto necesarios y suficientes para que todos los seres humanos tengamos cubiertas nuestras necesidades vitales, para vivir dignamente. Sin embargo, hay miseria, hambre, pobreza, marginalidad, exclusión y es porque vivimos en una sociedad que es injusta, que es infeliz.

Por eso, para conseguir la felicidad es importante vivir con los demás. Se es feliz compartiendo y conviviendo con los demás. La felicidad, afirma Mahatma Gandhi, es cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía. Y Ana Frank concluye: El que es feliz hará felices a los demás.

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